viernes, 14 de diciembre de 2012

LOS DESEOS NAVIDEÑOS


Así es, todos deseamos algo para navidad. En la medida que transcurre el tiempo nuestros anhelos se tornan complejos como la propia vida. Atrás van quedando las cartas al Niño Dios en la que pedimos nuestros juguetes preferidos, ya no son carritos, metralletas, muñecas Barbie, ni pelotas de futbol. No. Ahora es el PlayStation y una buena dosis de juegos, una serie de maravillas tecnológicas que entretienen a los chavalos sin que logren derramar una sola gota de sudor en la comodidad del sofá de la sala o en la cama de la habitación.

Los mayorcitos ya no piden la bicicleta último modelo, la pelota FIFA, el bate, la pelota y el guante de beisbol mucho menos los guantes de boxeo. Quieren el IPhone, una mini laptop, acceso a internet 24 hours at day para pasársela “conectado” con sus amigos. La ilusión del viaje a Disney World se les olvidó porque a diario lo viven.

A los dieciocho años quieren una motocicleta, aunque sea una Yailing, argumentando que así son más puntuales en el colegio pero en realidad la necesitan para pasear a la jaña y escurrirse en cómodos lugares lejos de la vista de sus padres. Y así, velozmente y sin precauciones, nos hacen abuelos a edad temprana si es que sus restos no quedaron esparcidos por el asfalto.

Si superaron esa etapa, si siguen vivos, quieren sacarse la lotería para pagar las deudas que han contraído porque, al estar acostumbrados a la vida fácil y los salarios hambrientos que reciben, si es que él y ella tienen empleo, se encuentran hasta el cuello de jaranas. El aguinaldo, el de verdad, no el Toledo, ni dos días les aguanta.

Y en ese estado, con sutileza recurren a nosotros. “Que le vas a regalar a los nietos”, dice ella. ¿Cómo? ¿Y a mí quién me va a regalar algo? “Hace tu cartita al Niño Dios, tal vez te perdona todos tus pecados”, responde al dar la vuelta y alejarse. Y me deja pensando en los deseos en esta etapa de mi vida. Honestamente lo que deseo es inalcanzable, un overhall es demasiado caro.